Aproximación al miedo
No conocemos mayor juego de dados que el juego del nacimiento y de la muerte. Preocupados, interesados, ansiosos hasta el extremo, asistimos a cada partida, porque a nuestros ojos todo va puesto en ella
Arthur Schopenhauer
Yo creo en cosa’ que no se pue’n decir
“Ready pa morir”
Yung Beef
Trece años tenías cuando la gitana te lo dijo; morirás a los cuarenta. Lo sabes. Sabes que lo dijo porque no consentiste darle unas monedas por la ramita de romero. Sabes que la gitana escupía sentencias de muerte como quien da la hora. Pero saberlo no cambia nada.
Desde entonces las prisas, el desdén hacia el dedo autoritario, la culpa, el credo. Maldecir tu suerte y reírte de cualquier pacto que dure más de tres horas. Frotarse contra las piedras. Nadar en los charcos con las piernas duras. La adicción a la velocidad, al vértigo, a los abismos. Porque si vas a morir a los cuarenta no lo harás a los veintitrés ni a los treinta y cuatro. Tú, corona de carbono pero desnudo el pecho, sin escudo. Tragar latidos, pum pum y gas, más gas. Gas natural y una cerilla para quemar entero el bosque. Rojo fuego. Rojas tus rodillas. Rojo perdición.
Silenciosa, bajo la alfombra, la muerte, perfilando con la punta de la lengua sus incisivos, aguardando el momento de arruinarte la partida.
Templa, aún hay tiempo y la vida recién se revela en tus adentros. Es momento de juntar las manos y besar las manos y rezar. Es momento de enfrentar los ojos de la noche, de entonar nanas de cebolla, de brotar lágrimas de tus pezones. Dar gracias a las hechiceras blancas y a las sondas de oxígeno. Gastar toda tu suerte en el templo de miel y ramas secas. Se impone la ternura azul en minúsculo frasco de cristal. Azul lluvia. Azules sus venas. Azul salvación.
Te crees a salvo pero no. Las palabras de la gitana. La partida se acaba. Se acaban las cosas que no serán más. Que serán pero no para ti. Mirar atrás y no verte. No ver nada. Solo gas. Columnas de humo. El bosque calcinado. Es el miedo un gigante de tres cabezas clavando su frío bisturí en tu armadura. No hay ancla, no hay balsa. La luz nacarada del quirófano ya se escapa.
Aroa Cangueiro
Ciudad nocturnal