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Lo veo en tus ojos

Fue hace muchos años. Los recuerdos siempre son de hace muchos años.

Y cuando aparecen —al despertarme con dolor en los dientes o mientras como puré de boniato— lo hacen con fuerza: quitan mi aire, pegan duro en la boca del estómago.

A veces lloro con los ojos abiertos. Es extraño, pero es así; con los ojos abiertos, mirando hacia dentro. Los veo entonces como hierro y plomo. Siempre de metal, nunca de madera o plástico. De bronce y también de hojalata.

La mayoría piensa que nunca saldré de aquí. Aunque no lo dicen, esas cosas se saben. Las veo en sus ojos; en la manera en que entornan con levedad los párpados o muerden el labio cuando menciono un río y digo: nadar desnudo con el agua fría y después dejar que el sol raspe la piel.

Sé que piensan: te pudrirás como un gato en un arcén. No lo dicen con palabras, pero con el tiempo uno aprende a escuchar el pensamiento. Sólo hay que mirar por encima de los ojos, entre el pelo y el cráneo, y concentrarse con fuerza, hasta que el tuétano se sienta.

 

Entonces —no siempre, a veces es diferente— quiero tragarme un trozo de tela o una cuchilla de afeitar.

 

Otras veces no.

Es cuando miro al techo y pienso en lo bueno que es seguir metiendo aire en los pulmones.

 

Próxima entrega de Sarajevo

Atentos a La muerte

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