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Me aferro a su blancura

 

La realidad es la siguiente: Roberte Vardiero. Dicen que soy Roberte Vardiero, y que la intensidad del principio es como un número primo.

           

Me han dicho que escriba. Que ponga una palabra sincera detrás de otra. Aunque mi vida no me la sé.

De Sullivan en cambio recuerdo algunas cosas: sus granos en la espalda, sus palabras como un hurón entre matorrales y encinas. Las matanzas de Sarajevo y los francotiradores en los puentes.

 

La vergüenza colgada de una higuera.

 

Mis palabras surgen rancias. Pero no recuerdo ser Vardiero. Dicen que escribía. Que un gato negro y blanco una vez caminó de frente por el filo de una barda. Leo las frases; me las enseñan. Pero no recuerdo nada.

           

La psiquiatra es joven y lleva el pelo teñido de rojo. Tiene un tic muy leve en el párpado izquierdo. Su mirada me gusta. Es dura y nunca aparta sus ojos de los míos. Dice que me va a cambiar las pastillas. Pero en el fondo da igual. Las trago y luego escupo sin hacer ruido. He aprendido, con el tiempo, a contraer el estómago y vomitar en silencio.

Hace unas semanas, en la última revisión, de una carpeta verde sacó un taco de cuartillas de color hueso. «¿Por qué sabés que son color hueso?», dijo mientras su párpado temblequeaba con suavidad. Respondí con una pregunta: «¿Y por qué aparece un pensamiento y no otro?».

 

Cuando me aburro en la celda, o después de fumar algo de pasta que un amigo consigue, paso las hojillas de un lado a otro. Entiendo su blancura y la respeto.

 

Una vez las conté: treintaitrés.

Entonces decidí comenzar a escribir.  

 

Próxima entrega de Sarajevo:

Atentos a La muerte

 

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