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Un destello en la noche           

Estuve seis días bebiendo: anís, vino, Dyc, brandy, aguardiente. La garganta seca. La bilis verde que subía en la mañana y que te hacía débil y culpable. Pero si lo trabajas, si consigues dejar el último trago para el día siguiente. Si tienes prudencia y cortas justo en la última; en la que parece la última, puedes comenzar de nuevo. Solo hay que tener fe y esperanza en una cerveza bien fría. Lo demás es sabido: duele y raspa. Pero hay que beberla y esperar cómo cae en el estómago. Si cae bien, bebes otra. Si cae mal, también.

 

Los demonios, la fiebre, las alucinaciones, están lejos mientras sigas metiendo otra copa. Están lejos, sólo eso. Porque sabes que algún día, por mucho que la sostengas, por mucho que la amortigües, vendrá a ti como la trayectoria de una navaja de vendimia. Y entonces sabrás de qué lado masca la iguana o de qué material está hecha la correa.

           

Creo que esa noche, aunque no recuerde nada de Vardiero, dejé de serlo. Porque si lo recuerdo, es porque ya debía ser Milos Sullivan. Algo de él estaba en camino o venía hacia mí.

           

Vomité muchas veces: siete, diez. El sudor frío cuando despertaba de un sueño extraño y acelerado: voces, gritos, movimientos bruscos que en el fondo —lo sé con certeza— eran los míos. La luz del día no llegaba y a veces despertaba de pie, hablando solo, con los ojos abiertos en la penumbra del patio. Regresaba a la cama, el brazo izquierdo se dormía, mi corazón latía a destiempo; me faltaba aire. Dormía de nuevo y aparecía tirado en el baño. El alba no llegaba. Solo esperaba la luz de la mañana. Pero ningún llanto en la madrugada perfila el albor en los cristales.

Una noche dura y cruel.

           

La lucidez de aguantar y esperar. La soledad colgada del cinto, reptando y hablando quedo en el oído: «Los misterios de la curda serán tuyos. Un demonio griego se abrirá como una flor y entenderás».

Todo el desconsuelo y lo oscuro de la existencia rodando en una noche de fiebre y alucinaciones. Escuché otras cosas que no puedo contar. El que quiera conocer el abismo y la ruina, que se acerque a la orilla. Que abra las fosas, que baje al barro.

           

El mensaje es hermoso.

 

Pero duro como una piedra.

Próxima entrega de Sarajevo:

Atentos a la Muerte

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