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Carbunclo

Qué impotencia ante el cinismo imperante de los que se ríen sabiéndose intocables porque les ampara toda una horda de millones de retrasados mentales que los han puesto ahí. El poder se ejerce desde las grandes esferas rancias de la judicatura, la economía y la política, desde yates y rascacielos. Pero también emana del olor de las alcantarillas infestadas de ratas manipuladas, hambrientas de ver cómo se hace tabla rasa de la civilización y de la inteligencia del bien común. Mejor todos jodidos: y así empieza de nuevo el ciclo de la persecución. Llegó la hora del esbirrismo, cuando los hasta hace poco aletargados en la molicie insana de su falta de actividad cerebral, comienzan a desperezarse, como una gran serpiente asquerosa de un millón de cabezas idénticas, como una hidra infinita sin Heracles que se le resista. 


Es aquí abajo donde se libra la batalla, en estos barros diarios de la calle, el vecindario, el puesto de trabajo. Desde las alturas asépticas de los metales acristalados de sus edificaciones inexpugnables deben de vernos minúsculos, ridículos, pura ficción. Tienen la sartén por el mango y ya llegará el tiempo de que les salte el aceite hirviendo a la cara. Pero eso todavía queda muy lejos cuando ahora el hervidero humano les es propicio, se está alimentando a sí mismo, retroalimentando en un caldo de cultivo hediondo, en una sopa humana borboteante, homogeneizadora. 


Los calderos están a pleno rendimiento como en cualquier fiesta caníbal de las muchas que ya ha habido y lo mejor es pasar de largo sin levantar la cabeza, sin pronunciar palabra. Pero es así como van a sospechar que no eres de los que se adhieren a sus cánticos mongólicos. Ya te han visto, te tienen calado y un día cualquiera se atreverán a señalarte. Entonces puede que cometas la torpeza de alzar la mirada para decir alguna palabra y ahí será cuando un himno atronador y gutural silenciará cualquier razonamiento. Y no necesitarán palabras sino un sonido viciado y tribal que antecederá a ciertos hechos que mejor no imaginar. No puede estar volviendo a suceder esto aquí, en estos lugares donde parecía que se podía al menos vivir.


La paz es violentada por intereses espurios. Es el tiempo de la motosierra y las cabezas que ruedan no son las de una hidra malvada sino las de las mentes de la pequeña disidencia. Costó mucho establecer unas reglas que no supieran al mandato arbitrario del tirano y sus herederos pero ahí están de nuevo acechantes sus multiformes cabezas, adquiriendo brillos falsos de libertad para masas que, estupefactas, elevan sus dispositivos dotados de cámara para grabar el festín de las fieras que los han escogido a ellos como necesario rebaño carnívoro. Proliferan en progresión exponencial mensajes de una nueva era. Es el verdadero poder del pueblo. Qué compleja era la polis, qué difícil su equilibrio. Para qué perder el tiempo en debates estériles si se puede llegar al común acuerdo de perseguir al que ose estar en desacuerdo. La verdad vuelve a ser única y cada uno la porta en la nueva biblia luminosa de las redes donde el verbo se hizo imagen y habitó entre nosotros. El verbo se hizo añicos y sus infinitas esquirlas nos cegaron los ojos con su luz vacía de colores inauditos.


Llega el tiempo de los fanatismos, una nueva Edad Media de quizás otros mil años, el necesario descanso después de tanto hartazgo de civilización, la necesidad del feudo: nuevos bárbaros como larvas que lo pudren todo desde dentro. Acaso es un destino, un ciclo, una necesidad natural de lo que ha colapsado. Acaso la propia especie genere su carbunclo y funciona como un único organismo que necesita pudrirse por motivos de higiene general hasta que no quede en el mundo más que un rubí y una brizna de hierba o aire. 


¿Y habrá que esperar así a que todo esto suceda? ¿Y habrá que asistir a este advenimiento como quien asiste al fin del mundo en el lugar exacto donde impacta el asteroide anunciado?  

 

Dante en bañador

Hispanista sureño

 

Febrero/2025
 

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