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Suicidios ejemplares /

Comienzos del dos mil – Santa Fe

 

Birilo

                   

            Para César y Mer, que se conocieron gracias a un Nissan Micra

 

La caricia es rápida y brusca y casi deja de ser una caricia pero en el fondo lo es. Y a lo lejos, hay algo que parece música. En realidad es música. En realidad, nos espera el agujero y el olvido cósmico. Al igual que a los árboles y a los zorros; al igual que a la pantera taciturna y al pollo de granja. Es igual y tú lo sabes. Pero puede que no lo sepas y entonces, pienses en otras cosas. Y puede, que también, sirvan y te ayuden en el trecho; el camino es largo, pero yo no quiero decirlo así. Lo quiero decir más claro aún: pero no puedo. Hay cosas que es mejor callar; escribirlas de frente es asunto manido y ya está dicho todo. Escribirlas de lado y que le veas la silueta en un callejón en Coimbra antes justo de que atardezca es lo que prefiero.

           

Y puede, que no prestes atención a las esquinas del cuarto que utilizas para guardar lo que no te sirve, ni a la parte de atrás de los frigoríficos, ni siquiera, a las juntas asimétricas del acerado de Oviedo, ni tampoco, por último, al tarro de mermelada de frambuesa que te regaló tu vecina. Puede. Pero hay otros que sí y es lo que hay. Entonces, no vale buscarlo detrás de la ventana. Porque la ventana da a un muro de ladrillos. Y los muros de ladrillos, a la habitación de invitados del edificio contiguo.

 

Pero, ahora, hay que decirlo de frente, hay que decirlo de frente y es lo que hay. Porque existen cosas que es mejor no callar, por lo menos, cuando uno las siente y son sus creencias; en lo fundamental, y cuando metemos la mano en el bolsillo o en la mochila o en la billetera, cada cual con la suya. Dame un ejército y buenos publicistas y te construiré la verdad, la que quieras, lo juro. ¿En las esquinas? Arañas que se cuelgan. ¿Detrás de los frigoríficos? Cucarachas nocturnas. ¿En las juntas de los baldosines? Mala hierba. ¿En el tarro de mermelada? No hace falta decirlo. Pero hay que decirlo: moho o légamo. El légamo que nos envolverá y nos hermanará de nuevo con las piedras y la arcilla y con las rayas marinas.

 

Podría decirlo al tiro, al palo, como un bocazas, con sangre en los ojos y mucha bilis, pero no lo haré. A lo largo de la vida cada uno llega a sus propias mentiras, y ésta, lo quiera o no, es la mía. Por lo tanto, y en este caso, algo que llevaba dentro, un día, se cortó el cuello (de ahí la caricia brusca) y sentí la sangre a chorros: caliente, muy caliente. No puedo saber cómo dejé que ocurriera, pero ocurrió. Y ese acto, tan simbólico y brusco para un adolescente, me hizo fuerte y valiente. Aunque las noches se alargaran y no encontrara un sentido al que asirme o parapetarme. Aunque rozará la desesperación y no encontrara fuerzas para vivir; aunque me invadiera la congoja y el llanto más convulso, había que enfrentarse a cara de perro. Porque no hacerlo hubiera sido un gran error. Y salí adelante, y mis heridas se cerraron, y no voy a pensar lo que no puedo: aunque exista el dolor y el sufrimiento, y las guerras y la miseria, aunque violen a doscientas niñas y después le corten las cabezas y después las sigan violando, nunca, jamás, y sabes que no me tiembla el pulso, diré lo que la mayoría quiere que diga. El sufrimiento no justifica una mierda. La guerra no justifica una mierda. El dolor no justifica ninguna existencia.

           

En palacios o mausoleos, con túnicas o con cilicio, con una estaca al hombro o de rodillas sabéis lo mismo que yo: nada. Y no me valen las experiencias propias, pues yo acabo de narrar una, ni que personas buenas piensen como vosotros, ya que igual de buenas lo hacen como un servidor, ni libros, ya que en mi mesilla tengo unos cuantos.

 

La partida está en tablas. Gracias a dios, puedo decir que está en tablas.

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