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De esto como enfermedad

Querido Juanse; 

La Muerte me salva más de lo que puedas llegar a pensar. Y sí, es una enfermedad. Quizás esté enfermo y no lo sepa. Pero, hace cinco minutos, en el bar del Miguelito, he pedido un café y he pasado al baño para echar una meada. No muy larga y casi sin querer, al mirar el chorro, justo al final, me ha salido un poco de sangre. Bueno, no sé si era sangre, pero el color no era bueno: aturronado, diría un mal narrador. Ya sabes, me he paralizado durante unos segundos y me ha bajado la tensión en las arterias. Pero, joder, ahí viene el meollo del problema: he abierto La Muerte y leído tu columna dos veces. La primera vez, aún tenso; la segunda, más calmado. ¡Me estoy muriendo de un fallo hepático o de cirrosis y lo que se me ocurre es leer un blog! Lo que viene es conocido. Aquí, escribiéndote un correo y narrándote lo que (si has leído linealmente) ya debes saber. La enfermedad no es el mear de color intenso. La enfermedad es pensar que puede que me ingresen (o en el mejor de los casos, ojalá, sea algo pasajero) y que eso sería algo bueno para mi literatura. Desde el último suicidio, la cosa se ha parado. Olivenza está muy bien para un madrileño en verano. Sigo dándole a las teclas, dándole a las teclas, por gusto, por placer, por saludar a alguien que vende pisos pero no es una rata, sino que es un escritor.

 

La diferencia entre la moral y la ética es fina y delgada, pero sustancial: la moral siempre es de rebaño, de masa (aristócrata o popular), sirve para que la sociedad funcione (más o menos). La ética depende de uno mismo y se identifica con la misma manera de existencia que tiene un individuo. Una persona que mata a otra puede ser un héroe o un asesino según la moral que se implore: un negro en defensa propia, un hijo degollando a su padre, un soldado disparando con los ojos cerrados. Pero, la moral, siempre, y ahí está la clave, es el veredicto del que no representa la acción. Es el veredicto del que no se moja, del que no siente la intensidad del puñal y el sonido del hierro rompiendo el esternón. Es la opinión pasiva (necesaria para el funcionamiento de la maquinaria, cierto, y yo no la critico), pero secundaria. Es el veredicto del que no realiza la acción. La ética es la acción misma: sin veredicto. Es la acción que se afirma en el hecho de afirmarse en la acción. Por eso dice el filósofo: una tontería no sería la misma, una pereza no sería ya la misma, una humildad no sería ya la misma cuando es afirmada de verdad. Si una acción es afirmada de verdad (hasta las últimas consecuencias), no habrá tribunal (verdadero o imaginario) que pueda con la ética de un hombre. ¿Lo quieres eternamente y una vez y otra y otra? O, de otra forma: ¿harías lo que vas a hacer eternamente? (Teoría del Eterno Retorno). Qué fácil es emitir juicios de valor sentados en el sofá o tuiteando desde el wáter. O, para finalizar amigo Juanse: el que se priva de la acción (el esclavo) moraliza al que realiza la acción diciendo: como yo no la hago, soy más bueno que tú. ¿Entiendes cómo se invierten los valores? Esto es por lo que Nietzsche murió: entendió que le vida (la acción) estaba supeditada a lo que se supone que debía ser la vida (la moral). Lo que vislumbró el filósofo fue que, a grandes rasgos, la vida estaba agujereada por las pasiones tristes y de renuncia. Los débiles se habían erigido con el control de los valores (dame unos valores, cualquieras, y te construiré una cultura). 

 

Si me muero (hablo en broma, porque soy un hipocondríaco, pero, es una opción: hace quince minutos que mee sangre) publica esta parrafada en La Muerte, y termina con las siguientes palabras: quemarse cuando uno ama el fuego es vivir con dicha. 

 

Amén. 

 

Un abrazo, y perdona por la perorata, pero necesitaba sacarlo. 

 

Birilo

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