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El oasis del libro

 

La cultura no salva de la mediocridad a nadie en la medida en que esta sea pura vanidad. Los espacios para la cultura, al ser sociales, incurren en ella, en la vanidad de exhibirse en ese espacio público como alguien que está ahí, aplaudiendo una obra de teatro o, haciendo pinitos de crítico literario, poniendo verde al poeta que ha venido a leer sus textos a la ciudad de provincias. Por eso la opción de palurdo underground es la que prefiero: me encierro a leer en un sótano y practico mi condición de huraño empedernido antes que mezclarme con lo que yo llamo culturetas en esos contextos empalagosos de creerse uno sutil y sublime por estar consumiendo cultura. Siempre he pensado que no me gustan la ópera, el teatro, los recitales o los conciertos y ello me ha provocado cierto desasosiego porque quiero que me gusten y, además, creo que realmente me gustan. Cierto que el hecho de que todo lo que me huela a demasiado artificioso me parece que se aleja de la poesía esencial que ando buscando desde mi melenuda adolescencia y que por ello prefiero la pureza básica del libro a los gorgoritos de un tenor dando el do de pecho en el Teatro Real. Pero si no me encuentro cómodo en el teatro, la ópera, los recitales o los conciertos no es tanto por ese artificio del que he hablado sino por ese tufo vanidoso que se respira en ellos. Quisiera ser rey o magnate solo por darme el gustazo de poder cerrar teatros a diario para mí solo y poder disfrutar del Tannhauser en pijama  tomándome una cerveza. Al terminar no saludaría ni a los intérpretes por no desvirtuar mediante el lenguaje, que siempre acaba incurriendo en el territorio de la vanidad, el momento.

Dante en bañador

Hispanista sureño

Noviembre/2023

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