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Querida Karina;

 

Llevo un par de días repitiéndome lo que te quiero contar, aunque finalmente salvo tres o cuatro puntos esenciales prefiero teclear a la deriva. Supongo que ateniéndose a una educación mínima lo primero sería presentarse, ir más allá del parapeto del término lector, pero la propia carta me irá desnudando. Van varias horas seguidas lloviendo fuerte por los cerros de Barcelona. Hoy no ha hecho falta que Colau nos recuerde por megafonía que no se puede salir de casa si no es para contagiarse en el paqui de la esquina. Así que no hay nada mejor que pasar la tarde escribiéndote mientras me ampara una lluvia de otro tiempo.

 

Tengo que remontarme unos cinco años para ir al día en que te descubrí. Todavía vivía en mi Madrid natal y andaba desubicado, me acababa de dejar la novia y había abandonado los estudios de dramaturgia sin ningún motivo más allá del mismo tren que siempre descarrilaba entonces. Una tarde leyendo una entrevista en Zenda me sorprendió mucho quien formulaba las preguntas. Si mal no recuerdo el entrevistado era Aramburu, pero es posible que me confunda. A partir de ahí te busqué y empecé a leer Crónicas Barbitúricas, uno de los pocos blogs que he seguido, pues aunque poco después creara La muerte de Danton nunca me he movido mucho por la red.

 

Tus Crónicas Barbitúricas me sanaron en parte. Me dabas fuerzas cada vez que te leía y me entretenías de una forma profunda y elegante. Por eso darte las gracias abiertamente sea el sentido auténtico de esta misiva. Apareciste en un momento en que necesitaba tu voz más que nunca. Es cierto que podía recurrir a Nietzsche, Büchner, Pombo y un largo etcétera sin olvidar las columnas de Reverte que siempre golpea magnífico. Pero tú me sonaste cercana y nueva, una escritora de vanguardia. Entre tanta corrección y tantos plumillas escribiendo al dictado de diferentes credos, tus crónicas fueron un chute de libertad para mí, un ejemplo poderoso de independencia, de viaje, de crudeza si es preciso tocar hueso, de sentimientos humanos al desnudo sin un ápice de ñoñez, del amor a una patria en la memoria y a una ciudad que haces tuya.

 

Pasó el tiempo, te compartí con mi gran amigo Berna que también disfrutaba leyéndote. De broma decíamos que podríamos secuestrarte para que nos escribieras un par de prólogos y estudiarte de cerca. Serías parte de una serie de secuestros a personajes de letras como Pérez Andújar o Jesús Carrasco. En forma de relatos espero darles luz algún día. Así que sigue escribiendo tranquila. Comedia aparte, durante estos años te colabas en mis pensamientos y sabía que tarde o temprano me toparía con un libro de Karina Sainz Borgo en las librerías. Una mañana de mediados de marzo del año pasado, yendo con mi ahijado y su madre a El Corte Inglés de Plaza de Cataluña, me escabullí de la sección de juguetes y fui flechado a los libros. No iba a irme de allí sin una novela. Merodeé por las estanterías. Aparté un par de volúmenes para decidirme. No quería arriesgar, suelo ir a lo seguro: creo recordar que me debatía entre Padura y Javier Marías. Aunque seguí rastreando títulos al azar hasta que me asaltó La hija de la española provocándome una tremenda alegría.

 

Por fin la constatación palpable, tu libro, de que mi gusto formado durante años no erraba. Había apostado por ti Lumen, una gran editorial. Tus crónicas me parecían muy buenas, pero siempre tenía duda de si era una fiebre personal. Alguien podrá objetar que para gustos los colores… pero no me refiero a eso, sino que para mí que una escritora como tú llegue a hacerse sitio en el panorama literario significa que a veces en la realidad se abre paso la justicia poética. Después supe por la prensa que tu novela ha sido traducida a bastantes idiomas y ha maravillado a miles de lectores por el mundo. Me imagino que para ti será un sueño aunque el éxito tenga sus sombras; al igual que si no te conoce ni Dios puede ser una bendición.

 

No empecé a leer La hija de la española hasta pasado unos días. Tenía que finalizar otras lecturas y quise posponerte, aguardar el momento oportuno, despejar mi presidio mental. No se me pasó por la cabeza que pudieras defraudarme. Desde el primer párrafo me resonó la literatura latinoamericana de a partir de la segunda mitad del siglo XX pero ahora reencarnada en otra persona. Sumando un sello propio, heredera sin discusión de un tiempo que regaló obras excepcionales como Viernes de Dolores, La fiesta del Chivo o El coronel no tiene quien le escriba… .

 

La Venezuela que narras me sobrecogió, la sentí mi patria tras tus páginas. Una sociedad que lleva tiempo desvaneciéndose, un pueblo que algún día tendrá que levantarse librándose del despotismo de los últimos tiempos, de unos gobernantes que son el último eslabón de una revolución que en todos los lugares termina igual: deshumanizada. Disfruté muchísimo de Adelaida, tu protagonista, mujer libre de los pies a la cabeza que encara las circunstancias y su devenir de una manera encomiable. Que escapa y persigue su libertad, alcanza la esperanza valiéndose de su ingenio teatral aunque vaya a arrastrar para siempre una nube inmensa y gris de nostalgia y dolor. Todo lo que diga es poco, Karina. Siento a intervalos como si el lector fuese un mirón y esta carta tuviera que ser solo para ti.

 

Corría el veinte de marzo y llevaba un par de días leyéndote. A un ritmo de unas cuarenta páginas por día, aprovechando las idas y venidas en metro y la tranquilidad de un salón ajeno cuando entre visita y visita tenía un respiro. Nunca olvidaré esa fecha. La tengo grabada a fuego. Al finalizar la jornada y después de salir del metro de El Coll-La Teixonera decidí leer caminando hacia casa como hago cuando me engancha una lectura. Recuerdo que levanté unos segundos la mirada al cielo justo antes de llegar a la Iglesia frente a la plaza de Salvador Allende. Iba feliz y despreocupado por la noche espléndida de Barcelona. Se intuía a la primavera cargada de promesas. Era por fin una nota concordante en el paisaje cotidiano, solitario sin ser distante al calor del Universo. Deleitando a Karina, qué más quiero, pensaba. Proseguí la lectura, continúe caminando. Pero sonó la llamada.

 

Crucé España en avión hasta mi amada Olivenza, donde tengo enterrados a todos mis muertos, donde veranean para siempre los espíritus dehesarios de mi familia y ahora descansaría en paz mi padre. En los momentos duros es imprescindible que te acompañe un buen libro. No todo texto está a la altura. Me sentí muy protegido por ti, muy identificado con tu hija de la española quien también tuvo que enterrar a su madre y su patria y comenzar a andar agarrándose a la nada en la mayor de las incertidumbres. Terminé el libro en el vuelo de vuelta donde me desbordó el llanto que hasta en el funeral contuve. No he vuelto a llorar más. Un año después siento como si un tapón enorme me bloqueara mares y mares de lágrimas. No sé si sobreviviría a semejante riada si alguien lo destapara.

 

Creo que es bueno para ti Karina que entre miles de lectores al menos sepas la historia de uno, para que quede constancia de la importancia de ser lector. No te voy perseguir, ni voy a provocar que tu siguiente novela coincida con un suceso relevante de mi vida. Solo quiero resaltar que la literatura también son esos hilos invisibles que unen a los lectores con los escritores y que en tu caso además es más relevante por tu juventud y la vida que te queda por delante y la época de grandes encrucijadas y retos que nos ha tocado vivir. Más allá del éxito de tu primera novela tienes un reto y un compromiso. Ojalá pasen muchos años y recibas otra de mis misivas celebrando una carrera mágica.

 

No quiero despedirme sin antes comentarte una cuestión. Ha surgido que sea al final sin que lo haya premeditado. Incluso he creído por momentos que la naturaleza de la carta la expulsaría. Aunque sucede lo contrario, no hay nada más lógico después de mi desnudo y alabanza sincera que cerrar con una pequeña crítica, seguro que le das más valor que de alguien que solo acuchilla sin sentido. Es más bien un peligro que exagero. Escuché una vez a Mario Vargas Llosa hablar sobre el comercio que se le da a la palabra en cierto periodismo, la velocidad a la que se ve sometida añadiría. Viene a cuento tras leer un par de artículos tuyos en los últimos días. No te leía desde La hija de la española y quise acercarme a ti antes de acometer la misiva.

 

Ya sé que no es lo mismo escribir novelas, crónicas o prepararte una entrevista que ejercer de periodista a diario al compás de la actualidad. Sería muy cruel por mi parte no entenderlo. Pero me da miedo que la rapidez y el navajeo de una política canalla merme lo más mínimo lo que para mí representas, un presente y una esperanza. Creo que hay peleas en las que no hay que entrar. Mejor escribir alejándose un poco, tan de cerca el periodismo de bandos salpica de sangre. Es mi humilde consejo.

 

 

Cuídate mucho y nunca cambies

 

La muerte de Danton es tu casa

 

 

Juanse

 

                                                                                              abril 2020

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