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Querida muerte lectora,

Me atrevería a decir que la lectura es el aprendizaje más amplio que puede darse, pues apunta a todas direcciones y profundiza en todas las capas de lo que es la existencia humana. La lectura de literatura se puede entender como vía de conocimiento, como entretenimiento, como filosofía,  como fina psicología fuera de la psicología, como terapia, como paciencia lenta frente a la rapidez insatisfecha y vacía de los productos culturales de la actualidad, como subversión pacífica y solitaria en la que uno no puede estar más a gusto con uno mismo, como territorio sagrado, como risa, como empatía real (ponerse en el lugar de otra perspectiva) y búsqueda de lo distinto a uno (no identificación petarda de sentirse identificado con nada), como diálogo con el autor y con quienes han leído también el libro (un hermano, un amigo, no un club de lectura). Como todas estas cosas y más la entiendo y por ello es que quiero darle a los libros la importancia que se deduce del simple hecho de estar escribiendo algo para que alguien lo lea.

Pongamos, por ejemplo, un título cualquiera, el último leído. El ruletista y El Mendébil, del volumen titulado Nostalgia del autor rumano Mircea Cartarescu, son los dos relatos intensos de mediana extensión que abren el libro. Lo de mediana extensión es relativo desde que sus páginas, aunque es una edición cuidada, cuentan con los márgenes precisos, el tamaño de letra justo y no dejan ni un espacio en blanco, pues no hay capítulos ni otras separaciones. Tampoco hay diálogos. Las páginas enteras son puras palabras, no hay descanso y las paradas las tiene que hacer uno mismo por necesidad u obligaciones ajenas a la lectura. Es de ese tipo de lectura que debe hacerse en estado de trance, hasta caer extenuado con el punto final. Es un escrito de esos que exigen al lector, lo agotan, fuerzan su capacidad de análisis al límite, lo obligan a desubicarse.

Hay quien lee para entretenerse o lee para encontrar aquello con lo que identificarse y reconocerse. Puede ser un primer paso, pero no me parece lo esencial. Lo importante es abrirse ante lo que extraña e impacta por novedoso en cuanto a estética y, especialmente, en cuanto a reto intelectual. Aunque sea imposible escribir algo nuevo, no lo es escribirlo desde una perspectiva inaudita, desde una nueva posición, desde una vuelta de tuerca más a lo humano que, insólitamente, deja de chirriar para sonar a música celestial o infernal. No voy a obviar el plano sentimental de la literatura pero prefiero el reto a la inteligencia que ofrecen ciertas propuestas literarias como la que quiero ahora destacar.

 

De la literatura no busco tanto reconocerme como salir vapuleado, zarandeado, noqueado, que me den una paliza inesperada y que, tras leer un libro, no me reconozca ni mi madre. Un buen libro es un reto, un enigma, lenguaje cifrado y por eso mismo hay que dar con las claves, aprender un nuevo y exclusivo idioma. El error estriba en traducirlo desde el filtro de los sentimientos y pensamientos personales de siempre y el tamiz empobrecedor de las filosofías de andar por casa.

 

El libro está ahí fuera, es un objeto ajeno a uno, incluso hostil diría yo. No se lo debería domesticar mediante el embudo de un pensamiento estricto que solo lo valora en cuanto a lo que se encuentra en él de lo que ya se lleva dentro. De ahí vienen muchas malinterpretaciones, sobreinterpretaciones y, sobre todo, subinterpretaciones: quedarse en el plano sentimental y conceptual que ya se traía como pobre bagaje. Por eso no me gustan los clubs de lectura, me desesperan. No quiero decir con esto que de una obra literaria no se puedan extraer y compartir interpretaciones diferentes, complementarias y enriquecedoras. Lo que a uno le ha pasado inadvertido, a otro le ha podido golpear con nitidez. Lo que quiero decir, en contra de lo que se suele opinar por puro egocentrismo, es que la obra literaria, y no uno mismo, es la que marca la interpretación (digo la obra ya escrita, independizada de su autor) y desde ella brotan, a modo de fuerza centrífuga que nos salpica, múltiples capas de significado. El lector, dependiendo de su inteligencia, podrá percibir muchas o ninguna de esas capas.

 

El mal lector es el que da él mismo las capas, la misma manita de pintura de siempre, el torpe brochazo unidireccional.

Desde Aceitunera os quiere

Dante en bañador

Marzo/2024

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