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No caigas aún

Querido Birilo;

 

Lo escribo para la tristeza; para cuando llores en silencio y pienses que no lo entiendes. Para cuando estés débil y las pasiones bajas te rodeen, te abracen y te estrangulen. Para esos días, Birilo, querido, yo te escribo y te doy ánimos y te digo lo siguiente:

 

No importa cuánto lo desees o anheles, la diferencia radica en la capacidad de trabajar y de escribir, de soportar la lluvia y el miedo; la soledad del erizo y del ciervo en el bosque, el frío cuando se mete dentro; soportarlo como un perro salvaje de las estepas de Siberia. Mirarte de frente, a los ojos, a la nariz, cada día, todos los días, y ser sincero con las cosas que perdiste, en una ciudad antigua, hace años, mientras cruzabas la calle a las doce de la noche, entre farolas amarillas o naranjas, trémulo y alegre, con garbo; viviendo para contarlo. Debes hacerlo cada día, y agradecer lo que sí tienes; a vos, a vos.

 

No importa que no entiendan lo que significa lanzarse a los caminos, sentir como los viejos poetas troyanos (¿cómo sentirían?), vender tus libros en la calle, tus libros de cuando estudiabas en Salamanca, en Santiago o en Coimbra. No importa nada, de verdad. No los escuches, guárdate de ellos, por favor, guárdate de los ladrones, los que roban el halo, los que cortan el sueño. Los que son blandos y quieren que todo el mundo sea blando. Los que se quedan en casa para no mojarse. No los escuches, no lo hagas.

 

De todo lo que vas a perder en los años que pasan lentos y a veces amables, cosas como pelo, dientes, virilidad, amigos, familia y dinero, de todas, debes cuidarte de no perder una. Lo que voy a decir es una obviedad, un cliché, una tomadura de pelo: no pierdas la ilusión, Birilo, no dejes que se te caiga o que te la roben. Defiéndela, porque ahí reside la vida. Y si alguna vez la pierdes y se te cae, pero no rebota y vuelve a ti, sino que se desliza calle abajo como en un río, escúchame bien porque es duro lo que vas a oír, es duro, lo sé, pero tienes que escucharlo: es mejor que te pegues un tiro o te metas en la bañera con agua caliente y te abras las venas en vertical. Si pierdes la ilusión, no lo hagas, no lo hagas, pero si la pierdes, es mejor que saltes desde un octavo o pruebes el cianuro. Si la pierdes, yo te maldigo, porque es lo único que te exijo, es lo único que no te permito.

 

No sé si valdrán estás palabras, pero cuando estés azul por dentro, triste, apocado o melancólico, siempre puedes venir a ellas. Hay luz, siempre hay luz. Hay amor, siempre hay amor. Hay fe.

 

La fe Birilo, la fe como un diamante o un amuleto al cuello. La fe como canciones alegres que te permitan seguir bailando.

 

Nunca dejes de bailar.

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