Qué decir del entusiasmo
Sobre educación solo sé que un niño es en gran medida lo que oye y ve en su casa. No los sermones y regañinas a los que es sometido, sino lo que observa a diario desde que se despierta y ve a su familia en danza por la casa: los silencios y voces que escucha, los gestos, las miradas, los discursos, los reproches, las envidias y rencores.
Se dice que los niños son como esponjas, que se empapan de todo y está demostrado que los primeros años de vida son determinantes para forjar una psicología, una personalidad. Así que cuidado con el ejemplo que les estamos dando cuando estamos descuidados, que es la mayor parte de nuestro tiempo. Porque es muy fácil hablar cinco minutos con aire del que sabe lo que dice por experiencia. Lo que cuesta es aguantar el tipo a día completo. Esos progenitores que se pasan el día con el móvil en la mano, esas conversaciones dañinas dominadas por la maledicencia, esas soflamas políticas carentes de razones. Luego en los colegios se puede hablar mucho de la educación en valores cuando, si no vienen con ellos desde el supuesto hogar dulce hogar, poco pueden hacer quienes bastante tienen con aguantar con lo que les viene de cada casa, con cada alumno de su padre y de su madre.
No queda exento de culpa el gremio, también muy tendente al discursito de turno diario. Hay profesores para todos los gustos pero abunda el que se da el paseo, suelta el rollo y después para su casa. Y así de puente a puente y tiro porque me lleva la corriente. Más pendientes del calendario de festivos que de proponer contenidos y métodos. Qué decir del entusiasmo.
El panorama actual es así de desalentador, cuesta encontrar referentes. Antes, por ejemplo, no era una excepción tener la suerte de tener unos padres que leían la prensa diaria o novelas. Hoy las influencias están en las redes y el río anda tan revuelto que las ganancias de los pescadores son muchas puesto que no hay pez pequeño que no haya caído en la red. Para colmo cunde la idea de que toda opinión y toda información es tan válida como otra, así que cualquier hijo de hijo de vecino se cree con derecho a vociferar su mínima tesis mal aprendida pensando que vale lo mismo que las conclusiones de la comunidad científica o de intelectuales que llevan meditando, analizando reflexionando y escribiendo años sobre el mundo y sus gentes.
Cuesta encontrar actitudes verdaderamente críticas y se ve con recelo a quien no se suma al griterío; se lo persigue y excluye por sospechoso. Y me estoy refiriendo a las aulas, donde de nuevo se vuelven a escuchar cánticos rancios y a ver impasibles ademanes. En las olvidadas pizarras tradicionales la tiza solo sirve ya para pintar en mayúscula las tres siglas de determinado partido que representa todo lo que aquí se viene diciendo mientras los quinceañeros corean insultos creyendo estar en posesión de una verdad que les han inoculado como el más mortífero de los venenos. No hay argumentos, ni porqués, ni conocimiento de causas ni pormenores.
Así todo discurso que encierre una pizca de complejidad, es decir, que aporte unas mínimas razones queda desde el inicio invalidado ante quienes ya no tienen la capacidad de enfrentarse al desarrollo de unas ideas. Se ha instalado una inercia perezosa en las mentes, una peligrosa manera reduccionista de interpretar el mundo y de enfrentarse a él.
Dante en bañador
Hispanista sureño
Enero/2025