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Yo he venido a matar a alguien

 

Birilo

El sueño es el siguiente: abre los ojos y las calles son largas; las calles son largas y a los lados, como cuernos, arbolitos centenarios. Busca, inquiere el nombre de las calles, pero no recuerda nada. Entra en un boliche y pide una cerveza fría y al beberla, es decir, al dar el primer trago, recuerda de pronto el nombre: un nombre de alguien que ha muerto hace una pila de años. Alguien que sudaba. Alguien que estornudaba  y que a veces sentía ganas de llorar y que ahora está muerto para siempre. Tiene el nombre, pero nada más. Es de noche, y los taxis circulan rancios y al trasluz de orgasmos conseguidos con esmero. Es de noche, pero tiene el nombre. Un nombre de médico, digamos. Luego piensa, mientras camina lento: yo he venido a matar a alguien. Lo recuerda de repente. El nombre no es de una calle, ni de un médico; es de una mujer. Los sueños son prismas o charcos plateados que parecen espejos que reflejan charcos. De pronto se encuentra subiendo una escalera; en realidad, la baja, pero, la sensación es de ascenso. Un salón y una puerta entornada. También siente un bulto al cinto, aunque no lleva cinto, pero lo siente. Lo empuña y lee una pequeña inscripción: "vuelve al mar". Se acerca a la puerta. En un principio, nada. Afina la vista. Limpia las gafas con la manga de la camiseta. Abre o entorna la puerta. Detrás, en un pequeño catre, hay alguien que duerme. Ronca muy levemente, con la lentitud de una oruga. La mujer debe ser pequeña y ronca como una oruga. Saca el revolver y apunta. Lo ha hecho más veces y no le importa. Pero no es una mujer, sino una sirena, una sirena que es una niña. 

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