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La contrafigura


Noah

Ando buscando la contrafigura de aquellos años, despertando las teclas de mi piano sonante desde el sótano más remoto. Coso el ojo caído del muñeco, lo peino con la crencha a un lado como me peinaba mi madre: estoy reparando los pequeños descuidos, para luego ir a por los grandes.

Acumulo en la punta de mi lápiz afilado el arte que callé. Vengo al folio con hambre y una rabia sana que no va contra nadie. Quiero demostrar que puedo llegar al fondo de la cuestión trascendental, y no reparo en las caídas, porque eso sí, siempre fui un as en la resistencia frente a las circunstancias más desfavorables, por ello, después de años de parálisis desde la gran tragedia, la gran pérdida, es lógico que empiece a brotar lo que en un orden menos malo ya hubiese comprobado.

Pese al tiempo huido he reaccionado joven. Me figuro en contraataque, sin miedo al éxito, sin miedo al miedo, dando la vuelta al cero académico para sobresalir en lo literario. Persisto en cambiar toda terminología que me haga esclavo, por liberarme de las sectas de mi adolescencia, de esos grupos de rock que, aún hoy, hacen apología del terrorismo y las drogas. Ya les vale. Huyo de esa uniformidad correcta del dictado de las madres superioras. Entiéndase por superioras, no solo a las religiosas sino también a las ortodoxas de un hembrismo ordinario.

Prosigo en más duelos, desencallándome de lo turbio de mis peores versiones, alterando las fórmulas, rompiendo las camisas de fuerza, acogido por la numerología y unos murciélagos que duermen como aldabas para que llame a las puertas de mi intelecto. Ausculto los hogares, las transformaciones, la vida, los gemidos comprimidos del mes de mayo que ya va dejando su huella, su nostalgia. Siempre hay algo sucediendo en derredor que se nos escapa si no estamos atentos, si no somos rematadamente cuerdos, si no sorprendemos con un final inesperado, alejado del primer cálculo de los matemáticos realistas. Se trata de no abandonar la alquimia de la fumada interior, de lo potente del arte cuando no es entendido como un mero entretenimiento. Defiendo la cultura como la argamasa de lo cotidiano, nuestro tejido más importante del que debiera depender el resto, lo que nos diferencia como humanos y nos aparta de los monos y los robots.

Sigo componiendo; he de cargar el peso a mi espalda y subir despacio los peldaños hasta llegar a la terraza más alta de la imaginación, que me espera con las vistas siempre soñadas por mí. Cada paisaje tiene un precio y un sacrificio en el altar de lo que amamos. Quisiera a la noche continuar imperturbable en mi proyección infinita, causante de un especial brillo, el resultado de una regla de tres paradisíaca con todas mis capacidades alerta, temblando de escalofríos de gusto después de un orgasmo del pensamiento en el que no paro de verterme.

¿Quién nos educó en la servidumbre? ¿Quién nos negó la poesía? Dime, ¿quiénes la sepultan? ¿Dónde abandonamos a la humanidad derrotada? ¿Dónde te espera aquel de ti que siempre merece la pena? Uno se va estudiando a sí mismo, se refleja en el mar de las reacciones y es imposible dominar lo indeterminado, pero podemos ser grandes capitanes y no conformarnos con un deseo fútil. Aspiro a descubrir y amar a un mismo tiempo, haciendo una alfombra roja con la piel muerta, materializada la idea, sorprendente como el Big Bang al abrir una lata de cerveza.


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