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La misma cicatriz


Lucieron los dos una cicatriz en el pecho como un rayo infinito, un tridente grabado a fuego sobre el corazón. Tatuaje natural provocado por una herida profunda que nunca cesó de abrasarles la piel. Eran dos cicatrices que juntas formaban un escudo, símbolo de dolor y resistencia, de bellos recuerdos y excesos, de ambición y viaje, y de amor, sobre todo de amor. Era la cicatriz de los que aman desmesuradamente y al final lo acaban pagando, porque vivir a borbotones conlleva una contrapartida, que con gusto se acepta si lo requieren los astros.

Yo sé que tarde o temprano portaré la misma cicatriz entre pecho y pecho. Ya la noto removerse algunas noches al cerrar los ojos en la alcoba a oscuras; me estremece un pánico desconcertante de proveniencia remota. Es una señal inequívoca para mantenerme alerta y contrarrestarlo escribiendo, navegando por mis sueños a voluntad, soberano de mis delirios. Hágase el rayo que me mate y a su vez me sustente, me empuje a lo hondo de las cavilaciones para hallar la respuesta salvadora.

Siento vértigo cuando la realidad y la metáfora se pulverizan y no existe frontera que las distinga. Si la noche negra sin estrellas es el espejo de la humanidad, dónde he de esconderme. Pero no te preocupes por mí, por ahora solo estoy imaginando situaciones estrambóticas. Una frase me conmocionó y me ha alumbrado en medio de la madrugada. Resonó en mi desorden mental y creció la flor intelectual. Me pregunto cuál fue el desencadenante, la causa primera del extravío, del desvarío. Que nos partieran el alma no trajo la poesía, más bien vivir poéticamente va tatuando ese rayo en el pecho, de a poco, hasta que un día abres los ojos y vas dentro de una ambulancia desbocada hacia ninguna parte.


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