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Tras el espejo

Soy los libros a los que vuelvo y la mezcla de las esencias de los escritores que más he leído. Cuando ya se lleva un trecho recorrido, conviene echar la vista atrás y pararse a pensar quiénes lo han formado más allá de las instituciones ordinarias. Así discurría yo el otro día, recabando lecturas, recordando personajes, pasajes e historias. Sorprendido por mis propias indagaciones como buzo de uno mismo.


Hacer este ejercicio de reflexión tiene algo de espejo del alma. En mi caso mis autores más leídos son Nietzsche, Kundera, Murakami, Márquez, Karina Sainz Borgo, Bolaño… Luego hay libros a los que he vuelto repetidas veces que me han marcado muy dentro y acompañado en diferentes etapas de mi vida como Las personas del verbo de Jaime Gil de Biedma o La muerte de Danton de mi pequeño duende teatral George Büchner.


¿Qué hubiera sido de mí sin la rebeldía y la claridad política de Büchner?  ¿Y sin los mundos maravillosos de Márquez? ¿Cuán distinto sería? ¿Y si apenas hubiese leído o hubiera relegado la lectura a una mera actividad más? ¿Y si mis pasos los dictara la moda de cada tiempo? ¿Leer es un factor que pesa más que la ciudad en la que vives? ¿Dice más de mí que soy discípulo de Zaratustra o que soy español y hombre?


Soy lo que he leído, lo tengo clarísimo. Quizás mi forma de ser me llevó a esos libros y a su vez esos libros me han modelado como si fuera un hijo suyo. Me representan y les represento en el boca a boca de este pequeño barco humanista a la deriva. También tengo la sensación de que mis carencias, aquello que me hace peor persona, es el hueco de las lecturas no realizadas, los conceptos en los que no indagué, las grutas por las que aún no me he aventurado. Estoy deseando empezar Seis formas de morir en Texas de Marina Perezagua cuando acabe Kafka en la orilla.


Han llovido dieciséis años desde mi primera lectura de Kafka en la orilla. Llevo grabado a fuego el concepto aristotélico de verosimilitud y al borde estoy de los cuarenta. Por lo demás, no nos diferenciamos mucho aquel chaval que estrenaba la veintena y este idiota que escribe. Ahora me ha conmovido uno de sus diálogos que no recordaba: Saeki le dice a Kafka Tamura que ella se parecía a él cuando tenía quince años, pero escogió un camino distinto. A diferencia de Kafka que en plena adolescencia y tras vivir unas circunstancias aciagas se enfrenta luchando a la vida, ella tras la muerte de su amor eligió la evasión onírica.


Yo fui como Saeki en mi adolescencia de una forma demasiado radical después de la muerte en vida de mi amor. Y como ella admiro al pequeño Tamura y me entran ganas de golpear las teclas mucho más fuerte y de no volver a perderme nunca más. Tengo mucho que aprender de ese chaval, de su valentía y de cómo se enfrenta al vacío del siguiente paso en un bosque perdido de Japón. Hay algo de su espíritu en mí tras la relectura. Una nueva perspectiva. Un aullido interior. El jeroglífico de mis huellas despeja un nuevo significado. Soy Kafka Tamura.

 



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