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Una vida descarrilando

Fue tal la hostia que todavía va gateando, tan solo se dedica a escribir relatos inconexos, desmembrados, jugando con las frases, como si el castellano fuese su asidero universal. No deja de gatear por si viene otra hostia mientras sigue narrando pasajes como si no hubiera pasado nada, asemejándose al soldado que no para de contar batallitas secundarias a su retorno, porque si hablara de la herida abierta, del boquete aún sangrante, quizás huirían despavoridos escaleras abajo.


Es un estilo de vida peculiar, gasta un humor un tanto macabro. Lo que más le produce risa últimamente es saber que la hostia es necesaria. Igual no tan fuerte como la que recibió, pero piensa que no se puede ir por ahí tan seguro, tan bípedo, tan poco interesante como algunos humanos que dejaron muy pronto de lamer los adoquines y sentir el fluir de las corrientes bajo las alcantarillas.


Cuidado con poetizar el pasado, ahogarse en nostalgia y quedarse extasiado con la belleza de la desembocadura. Cuidado con tanta lujuria a cuatro patas, con el me importa un carajo el mañana y el aquí rompo la bolsa y que giman las monedas. Ya le han avisado, muchos le han salvado el culo cientos de veces a lo mejor por pena o porque lo aman o se imaginan en su piel como hago yo que aún tengo dudas de absolverlo o no y que se joda.


Su caso es un buen caso, parafraseando la canción.  Así lo cree su psicóloga y así lo creo yo. Gracias a Dios no estamos hablando de ningún asesino en serie, esto no es una ficción sino la cruda realidad como una sonda colgando de un enfermo en estado terminal, o una mordedura de rata en la parte del cerebro de la que depende la inteligencia práctica.


De una manera un tanto hiperbólica es un ejemplo más de esos chavales que descarrilan en los primeros años de adolescencia y luego se convierten en trenes bala. La inercia y el salto los lleva tan lejos que después de décadas de vuelo suicida acaban dentro de la caja de madera sin enmendar despiadada parábola. Y da mucha rabia. Mucha rabia. Casos de desidia y tristeza si en su día no se hubiesen desmadrado serían también bípedos importantes que saben manejarse en las cuatro sumas básicas que domina el mundo adulto.


Hoy en un nuestro paseo me ha contado que su psicóloga quiere que rescate al niño que lleva dentro, abra por fin las rejas y salga de esa imagen que se quedó cristalizada. Le dice que no tiene la culpa. Que es completamente inocente. Que la responsabilidad no era suya. Pero ahora sí. Ahora sí, repite el niño grande sonriente. Ahora sí. Ahora sí como un mantra. Hay que volver a esa edad y verter todas las lágrimas necesarias. No es tarde para encauzar una energía que en un momento determinado fluyó por donde no tenía que fluir.





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