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Suicidios ejemplares /

2017 – Birilo

Birilo

Este es mi canto de despedida.

 Mi último canto y después, el silencio. No la muerte. Es peor el silencio y la renuncia.

           

 Yo, Birilo, renuncio en el borde de mis fuerzas; hoy, que las catedrales se derrumban, igual que las catedrales, caigo al suelo y digo, sin que me flaquee el pulso, ni la calma, amigo Juanse, digo: lo dejo. No puedo más. La niebla cae, pero yo no la siento. La niebla cae y lo escribo, pero ya, no lo creo. Porque pensé, que esto, podía ser otra cosa: que uno podía escribir sin tener que dar explicaciones. Tantas explicaciones. Creí, sentí, que uno podía morirse de hambre por su creación. Que uno podía vivir como los de antes, caminando en la madrugada y llegando a casa a la hora en que los niños duermen. Pensé, que el arte estaba aquí, pegado al pie, bien cerquita, y que los demás eran los que no entendían la belleza de la oscuridad que es nuestra existencia. Todo lo problemático que tiene nuestra existencia. Vi algo demasiado grande en la vida, demasiado poderoso, y volví con los ojos rojos (lo escribió Deleuze, ya saben, el que se tiró desde un séptimo piso) y creí que escribir serviría de balanza, de medicamento, de lametazo en las llagas. Que lo importante era escribir, y no vivir.

           

 A partir de ahora, me acostaré a las once, y beberé té por las mañanas. Dejaré de lanzarme a piscinas llenas de sapos, o vacías, y solo daré un paso, no sin antes preguntárselo al sacerdote. Intentaré buscar pareja y hacer el amor lentamente, y poder correrme dentro sin ningún tipo de miedo. Follaré más y me olvidaré de escribir sobre ello. Dejaré de preguntarme por las estructuras narrativas, y si vuelvo a escribir, pero eso nunca, nunca, volverá a ocurrir, pero si vuelvo, digo, empezaré por el inicio y terminaré por el final, para que todo, todo, sea comprendido. Para que el lector nunca se pierda y entienda que cuando escribo la luna está alta realmente la luna está alta. Dejaré los juegos que no llevan a ningún lado e intentaré ver la tele tres o cuatro horas al día, a poder ser sentado en el sofá, y con mi mujer al lado, preguntándole qué tal tu madre o si se siente sola, pero nunca, jamás, si alguna vez ha sentido el absurdo y la inutilidad del afán humano, y nunca, jamás, si ha pensado en el devenir como principio de todo lo que nos rige, o en la nada, o en la inocencia de la vida. Me apuntaré a spinning (qué palabra más fea), o al gimnasio, y dejaré que los años pasen, dulces a veces. Me compraré un perro, uno pequeño, y aprobaré las oposiciones, para que mis padres se sientan orgullosos, y puedan decir alegres, que su hijo está colocado, con la que está cayendo.

           

 Será extraño observar los laberintos y las flores desde lejos; los rostros con prismáticos, y la escena, tapado con una manta de motivos mexicanos; pero sobre todo, salir del campo de batalla, de las explosiones y el gas tóxico, del frío de la noche y de los abrazos de mis compañeros.

           

 Sobre todo, de los cigarrillos compartidos en las trincheras, y ese olor.

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